Vivo en pleno centro de México, una región donde el clima tiene su propia personalidad. Durante el día, las temperaturas pueden alcanzar hasta los veintiseis grados centígrados, con un sol que parece no perdonar. Pero al caer la noche, la historia cambia completamente. El desierto se toma su revancha y la temperatura baja drásticamente, convirtiendo las noches en un reto. No hay nieve, pero las heladas son un recordatorio constante de que la naturaleza manda aquí, y el frío puede ser implacable.
El día comienza sin mucho calor y las mañanas se mantienen frescas hasta bien entrado el mediodía, lo que me obliga a adaptar mi ropa y mis hábitos. Durante las primeras horas del día, me encuentro envuelta en una chamarra y ropa térmica. Sin embargo, a veces parece que ni siquiera eso es suficiente. Mis extremidades, en particular, parecen querer separarse de mi cuerpo debido al frío que las invade, sin importar cuánto me abrigo.
Y claro, el frío tiene un impacto directo en mi energía. Me cuesta encontrar la motivación para empezar mis actividades y, a menudo, me siento más cansada y con menos impulso para crear. El invierno se vuelve un verdadero obstáculo para conectarme con mi energía creativa. Pero no puedo dejar de hacer cosas por meses, así que tuve que desarrollar una estrategia para seguir haciendo cosas, aunque sean pequeñas.
Después de trabajar y llegar a mi casa (su casa) trato de no sentarme, caliento un poco de agua para regar las plantas, acomodo la mesa, barro el piso; luego agarro valor y lavo los trastes, después de eso me siento invencible y salgo a caminar. Cinco mil pasos de una caminata ligera y un par de kilómetros después, mi sistema cambia y estoy lista para crear.
Regreso lista para hacer cosas, despejo el área en la que voy a trabajar, la limpio y prendo el calentador de ser necesario. Abro mi diario de arte y puedo tomar alguna idea de ahí.Me dejo fluir y mi creatividad me lleva a pintar, tomar fotos, bailar o escribir, lo que sea mi instinto es lo que hago.

Y si bien no es de mi preferencia el frío, he encontrado aspectos positivos en este clima tan peculiar. El frío me hace mucho más consciente de mi cuerpo. Es increíble cómo las manos y los pies, que en otras épocas ni noto, ahora son casi todo lo que puedo sentir con claridad. Me recuerda la importancia de cuidarme, de comer bien y de mantenerme hidratada. Las caminatas al aire libre, aunque frías, se han vuelto una de mis actividades favoritas, ya que el aire fresco me da una sensación de renovación y puedo estar en contacto con plantitas y árboles. Además es una gran oportunidad de compartir un café con otros.
Aunque he aprendido a convivir con este clima desértico, sigo esperando con ansias los días cálidos, esos en los que puedo disfrutar de una ducha sin maldecir. Al final, el frío es solo una parte más de la experiencia que me recuerda que todo tiene su ciclo. ¿y tu? ¡Cuéntame cómo enfrentas el frío!
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