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Abrí una escuela de arte


Abrí una escuela de arte (por tercera vez). O al menos eso intento cada día. No me imaginé materializándolo aunque siempre soñé con esto, pues las dos veces anteriores fueron muy distintas.


Cuando imaginé Rojo Mexicano, lo vi como un refugio: un lugar donde el arte no se enseña desde el deber, sino desde la curiosidad. Un espacio para compartir lo que sabemos, para aprender de otras manos, para movernos pero también compartir sobre temas visuales.


Pero abrir un espacio así no es romántico todo el tiempo. Es lidiar con las cuentas, con el tiempo, con la incertidumbre. Es ver las paredes vacías y preguntarte si algún día estarán llenas de voces, o si las luces se apagarán antes de que algo florezca.


A veces parece una escuela; otras, un taller silencioso; otras, una casa vacía que espera.

He aprendido que sostener un proyecto creativo es como sostener una llama en medio del viento: no sabes si el siguiente soplo la apagará o la hará brillar más fuerte.


Y, al final, esa es la verdad que más me acompaña:nunca sabes si tu escuela de arte está abierta o no. Pero por el tiempo que dure lo voy a disfrutar y voy a seguir llegando, abriré la puerta cada día y lo seguiré intentando, pues así sea un fracaso (monetario), siempre tengo hallazgos que me hacen tener fé en la experiencia humana




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